Tuve miedo. Aquella
noche sentí el frío que recorre la espalda del cual hablan todos los que vez
alguna también han sentido miedo. Tuve miedo, y lo sigo teniendo ahora. El
miedo no es tan sólo una sensación, es algo más que eso, mucho más, es como un
disfraz que se queda pegoteado al cuerpo, o como la máscara que le deja a los
dedos la cola fría cuando se hacen artesanías. Cuando lo sientes por primera
vez lo sigues sintiendo en la vida, si te ha dado miedo una almohada, por ejemplo,
es probable que en adelante cada una de las almohadas que veas te traiga el
miedo prematuro de vuelta, aunque ésta almohada sea buena, mucho más
confortable y con colores brillantes, a la memoria sólo le importa su condición
esencial; ES almohada. Supongo algo similar pasa con los humanos, y es que
tenerle miedo a los botones es mucho más cómodo que temerle a los humanos, es
cierto que los diseñadores de vestuario se han empeñado en hacernos
dependientes de los botones, pero no son algo de lo cual no se pueda escapar,
existen para bienaventuranza de esta condición los cierres, o los cierres
americanos que suenan además tan bonito, pero los humanos ¿cómo se escapa de
ellos?
Desde hace algún
tiempo he estado cambiando de ciudad constantemente, en búsqueda de espacios
menos viciados de la presencia humana, cada vez he tenido que internarme más
para poder huir, y es que los humanos siguen apareciendo. Tengo miedo, no lo
puedo evitar, cada nuevo tranquilo hogar que he tenido ha sido placentero por
poco tiempo, y luego comienza de nuevo la explosión, siento como me siguen, lo
sé, me están vigilando, no me dejan tranquila, quieren enloquecerme ¡me
desesperan! Vienen y se llevan todo lo hermoso que queda de vivir en sociedad.
Cuando un
pequeño grupo de personas vive en comunidad es tranquilo, se reparten las
tareas, no viven juntos claro, pero la división del trabajo social puede
presenciarse como un acto divino, pero luego ya comienzan a aparecer más y más
humanos, con sus cabezas repletas de infecciones que se propagan sin cura,
quedando el lugar que fuese tranquilo convertido en el infierno. Si hubo unas
cuantas tiendas de ropa, dos o tres restaurantes, un Servicentro, una que otra
botillería ubicados en dos o tres cuadras de la ciudad, con la llegada de los humanos
todo eso queda en el recuerdo, pronto comienzan a aparecer los grandes
edificios desde donde me vigilan, tienen ventanas por todos lados, en cada una
de las habitaciones de sus cientos de pisos, me miran y yo no puedo devolverles
el repudio que me causan, cuando intento ver quién está detrás de toda esta
conspiración, el destello del sol me pega justo en los ojos, dejándome un poco
más ciega.
No sé si mi
propia desesperación es más de temer que los actos de la humanidad, después de
todo también les pertenezco en cuanto a la esencia se refiere, pero les
pertenezco tanto como lo hago a los árboles, ríos o mares, y con estos últimos
siento mucha más empatía. He pensado varias veces en entregarme, simplemente
rendirme, ellos me siguen, destruyen todo y me obligan a vivir en su miseria,
por más que huya siempre llegan a mi refugio contaminando, atacando, poniendo
sus máquinas donde hubo personas y personas donde hubo tristeza. Luego me
tranquilizo un poco y doy cuenta de lo estúpido de mi pensamiento, ¿entregarme?,
como si lo necesitaran, siempre saben dónde estoy, las cosas que leo, la comida
que consumo, las obras que tiro a la basura, mis planes, ¡todo!, ¿cómo
entregarse a quién te tiene preso? ¿qué más puedo hacer? Tengo miedo, los
humanos me están matando.
Lo que no
entiendo es por qué no vienen, me dan una golpiza, me violan y después me
matan, o me matan primero, como quieran, por qué darme tanto sufrimiento antes,
porqué atentan contra mi espíritu que nada les hace y todo lo que ofrece es
bondad, y no hacer nada contra lo que realmente les molesta, mi ser físico.
Siempre me he mostrado como una mujer contraria a la violencia y he manifestado
pública y tajantemente mi oposición a las torturas, pero tengo tanto miedo que
lo prefiero, y es que esta crueldad que practican los humanos en mi contra se
lleva mi alma, me está dejando caer en ácido el espíritu y volviendo al arte un
producto de las máquinas.
Hace unos años
huí hacia un lugar cercano al mar donde el bosque era frondoso, el canto de los
pájaros hermoso y la comida saludable, la gente por su lado amorosa como suele
ocurrir en el sur de mi país, hospitalaria y alegre, con el ímpetu
latinoamericano tan sabroso. Hasta allá llegaron los humanos, primero
comenzaron a buscarme entre los árboles arrancándolos uno a uno y llevándoselos
en inmensos camiones ruidosos y dañinos para las rutas simples que utilizábamos
con nuestras bicicletas o automóviles ligeros, como no lograron verme porque me
escondí muy bien comenzaron a reponer lo destrozado, una reposición ordinaria y
mal intencionada como suele ocurrir con esta clase de seres; árboles que no
eran de la zona, que crecían rápido y mataban la tierra y que cada tanto sacan
nuevamente y vuelven a poner, y es que cuando no me encuentran en un lugar cada
cierto tiempo vuelven a intentarlo por si es que he regresado. Después se les
ocurrió que podría estar bajo el agua, que es algo que nunca he intentado, no
por falta de ganas que me sobran sino por lo obvio, falta de recursos, y es que
vivir bajo el agua es una inversión mayor. Instalaron una gran planta que
introducía enormes brazos en el mar, como una especie de túnel submarino, desde
ahí lanzaban desechos a las aguas con la intensión de que se repletara el
espacio y saliera a flote, no tuvieron suerte, pero la planta sigue ahí.
También intentaron que atendiera sus nubes de humo, como si no supiera yo lo
que pretendían, me enojé, es cierto, eso lo lograron, ver el cielo repleto de
humaredas no fue nada grato, además quemaban tanto para lograr mi atención,
como si no la tuviesen. Fue triste ver bosques, mares y cielos destruidos. No
pude seguir allí y cambié de ruta, estaban demasiado cerca.
Llevo años
huyendo, plantando bondad, alegría y motivación en cada lugar que piso, para
que después lleguen los humanos y arrasen con todo, sin prestar atención. No
puedo seguir porque ya no hay lugar donde ir, están por todos lados, no hay
fronteras para los humanos y sus ejércitos que crecen cada día más. Me han
invadido y saqueado, me han robado, oprimido, quieren que me vuelva un ser
triste, que viva en y por la miseria, me miran a los ojos y no es ardor lo que veo
sino risa, me han hecho esclava en un
mundo que habla de libertad, me extorsionan y denigran, me descalifican y
torturan, me quitan el alimento y me contaminan el agua, lo hacen aquí y en el
resto del mundo, lo hacen sin que nada pueda hacer. Me han dejado sin espacio
para huir. ¡Tengo miedo! Mis palabras han caído en precipicios por culpa de sus
sordos oídos o sus mentes mal configuradas, y todo cuanto he hecho se lo ha
llevado el camión de la basura, junto con los residuos industriales, como
si mi arte y su miseria en el fondo
fuesen lo mismo ¡me persiguen para reírse de mí!
Hace unos meses
he decidido esconderme, reflejo del infortunio en que me han acorralado, ¡esconderme!,
huir es una cosa muy distinta a esconderse, cuando uno huye es porque de alguna
manera algo tiene para combatir, huir es arrancar de aquello que no se quiere
porque existe un lugar donde no está, los judíos huyeron a los países donde
podían estar tranquilos, lo mismo los comunistas o aquellos que pertenecieron a
la ex Yugoslavia, ninguno de ellos pensó que la catástrofe es esto. Esconderse
es distinto, es aceptar que nada hay en común entre el todo y el yo. Si no se
entiende, esconderse es no querer estar en el todo pero seguir viviendo, es
repeler todo lo que el humano ha puesto en el planeta y al humano mismo. Yo me
escondo, como si me hubiese convertido en una bestia de la oscuridad.
El dilema del
querer también es complicado, implica voluntad, y en mi caso una voluntad
implícita, yuxtapuesta, externa e interna a la vez, una voz fantasma, no de lo
que no habla, sino de lo que no se puede comunicar, esa voz que no tiene sonido
pero que existe, que ya la siento y cuando la escuche por primera vez será como
reconocerla, la voz tendrá un rostro y será hermoso, como el sol entre nubes
rojisas y anaranjadas en un cielo azul, y tendrá un alma que sin duda será
noble, pura como el infinito, un alma frágil que me hace tiritar cuando la
pienso, vulnerable, mi cara expresa terror.
Tengo miedo,
como nunca lo había conocido, estoy sola, rodeada, sin armas, hace meses me
escondo en la fortaleza del destino, estoy dañada con una bomba en mis manos.
Tengo miedo. Los humanos están por todos lados, ya lo sé yo que pude vivir los
resabios del planeta no infectado y que he vivido la pandemia, no encuentro
forma de escapar de esto. A esta existencia estoy trayendo otro ¡me enloquecen!
He comprendido,
lo peor es entenderlo; la vida es un juego que se acaba cuando les das otro con
quien jugar y pasas al otro lado.